LIMA: BAÑO PÚBLICO
La idea de generar un taller sobre arte urbano en la ciudad que no es la que uno habita requiere, en principio, una comunión indispensable con los participantes del taller. Esa comunión debe estar basada en la confianza mutua: los participantes deben aportar el sustrato humano y su conocimiento sobre la ciudad y el artista docente los lineamientos conceptuales y prácticos sobre los que trabajar. El taller, que duró seis días, tenía por finalidad desarrollar una idea de intervención urbana que surgiera del cruce de experiencias. En principio se trataba de pensar la ciudad y desarrollar conceptual o teóricamente una experiencia de lo que yo llamo “interferencia” en la cotidianeidad del tránsito diario en la calle. Luego, si con el correr de los días esa idea se hacía carne y había posibilidades concretas de llevarla a cabo, pues bien, la pondríamos en práctica.
Y así sucedió. Los primeros días consistieron, básicamente, en darme a conocer como artista, mostrando fragmentos de mis trabajos en video o fotografías, explicar los lineamientos conceptuales e históricos en relación a la noción de intervención, y que luego los talleristas se diesen a conocer y plantearan sus expectativas con respecto al taller.
El tercer día se salió a la calle a “volver a mirar” la ciudad, como si uno hubiese estado ciego y recuperase de pronto la vista, o como si uno fuese extranjero y viera “por primera vez algo”. Yo lo llamo mirada inquieta, o mirada virgen. Y fue en esa mirada virgen que se volvió a ver la ciudad como si fuese la primera vez, y entonces apareció la idea, que tuvo desde ese día un título: Lima, Baño Público. Se volvía a ver algo que por acostumbramiento, se había dejado de ver. Al día siguiente se diseñó en términos prácticos la intervención. El penúltimo día se intervino la ciudad, y el último sirvió para sacar algunas conclusiones provisorias y montar una muestra en las que se podían ver imágenes de registro de lo que había sido la experiencia.