COMMUNITAS (publicación)
EDITORIAL PLANETA, 2015, 224 PÁGINAS.
El cuerpo es el campo de batalla donde se han librado todas las guerras. Las de unos cuerpos contra otros, por razones de raza, sexo, cultura, mercado, y la del cuerpo consigo mismo, por las mismas razones. Podríamos hacer un recuento de la historia política del hombre si se hiciese una historia del cuerpo siguiendo el rastro de aquellos primeros garabateados en las cuevas de Altamira hasta estos transgénicos que nos regalan los sorprendentes tiempos presentes. De hecho, Foucault -entre muchos otros- lo hizo, enseñándonos que el cuerpo es un mapa político en el que las relaciones de poder operan sobre él de un modo directo o indirecto, pero siempre con la voluntad de disciplinarlo, normativizarlo, reprimirlo. Las armas para el sometimiento del cuerpo han sido tantas a lo largo de la historia que sería extenuante mencionarlas, pero basta con pensar acerca de las estrategias que, por ejemplo, las religiones -todas sin excepción- han utilizado para domesticar a los hombres a través de la pluma, la palabra y el hierro, como para entender que el cuerpo es un territorio a ser invadido, conquistado y colonizado con la misión de imponerle nociones de cultura (buen gusto, estética, mercado, etc.) y así transformarlo en un espacio ajeno a su propia subjetividad. De algún modo, se busca que nuestro cuerpo no nos pertenezca, y somos invadidos -como en una película de ciencia ficción o terror- por unos usurpadores de cuerpos que en nombre de la moral o la belleza o la salud o la economía, van delineando en él sus políticas de dominación. Finalmente terminamos odiando nuestro propio cuerpo y buscamos modificarlo por medio de intervenciones externas, tales como operaciones estéticas absurdas, crueles dietas, o atuendos delirantes que, a modo de corsets contemporáneos, lo que verdaderamente están modelando es nuestro cerebro, nuestra libertad y nuestro deseo. Pero también hay que decir que a lo largo del siglo XX y del XXI se han desarrollado bolsones de resistencia a esta política de sometimiento del cuerpo a la norma desde muchos campos sociales, y el arte, con variadas estrategias, ha sido parte de ese gesto de liberación. Como artistas, Nora Lezano y yo hemos mirado al cuerpo a través de nuestros propios medios (fotografía y artes performativas respectivamente) en una misma sintonía y desde una perspectiva crítica acerca de la domesticación de los mismos (incluso dentro del campo del arte). Y es debido a esta afinidad que nació como proyecto el libro Communitas, como una posibilidad de encuentro material en donde poder cruzar nuestras disciplinas en favor de un discurso estético sobre el cuerpo singularizado como espacio de resistencia. La prehistoria de este trabajo se remonta a mediados del año pasado en el que realicé una performance en Buenos Aires titulada "58 Indicios sobre el cuerpo" y en la que, tomando el texto homónimo de Jean Luc-Nancy, hacía ingresar consecutivamente a 58 performers que durante tres horas se desnudaban e interpretaban ese material textual aforístico-filosófico mientras marcaban su cuerpo con un trazo de arcilla fresca a modo de cicatriz y, acompañados por un madrigal de Jordi Savall, realizaban una serie de coreografías cíclicas que narraban metafóricamente el derrotero poético de esos cuerpos por su historia personal. Durante ese trabajo Nora fue invitada a hacer el registro fotográfico del proceso de obra y presentaciones. Así fue como, hablando durante los ensayos sobre la potencia que tenían esos cuerpos desnudos y esos textos poéticos, se gestó una deriva que transformaría finalmente esa experiencia en Communitas, un libro que pone a dialogar 100 retratos desnudos realizados por Nora de más de cien modelos -ya que en algunas tomas hay varios cuerpos aparejados por relaciones filiales y/o amorosas- con 100 textos escritos por mí, que analizan poética y críticamente al cuerpo como manifestación diferenciada, única e irrepetible. El proceso de trabajo fue dialéctico. Primero se escribió un proto texto que funcionaba como esqueleto mientras se organizaba en nuestras cabezas como sería la modalidad de las tomas fotográficas y la estructura de la escritura. Desde un comienzo decidimos, para despegar esta experiencia de la performance, doblar la apuesta y llevar el número de retratos y textos a cien, entendiendo que esa cantidad pudiese representar simbólicamente a una comunidad. Diez eran pocos, doce también, cincuenta menos que el número de Nancy... La opción siguiente era saltar a la centena. Y a partir de esa decisión numérica pusimos en marcha un aparato colectivo práctico y amoroso compuesto por un equipo de amigos y colaboradores que han sido esenciales para la realización exitosa de este proyecto. Sin recursos financieros pero sí humanos (formados por un grupo de compañeros que prestaron sus cuerpos, sus tiempos y materiales), nos pusimos a concretar la propuesta. Al principio se hizo una invitación a los performers de 58 Indicios sobre el cuerpo, que cubrió casi el cincuenta por ciento del cupo, para luego completarlo haciendo una convocatoria semi abierta en la que buscábamos específicamente sumar cuerpos con características fisonómicas y biológicas amplias en términos etarios, raciales y de género. Así llegamos a tener 113 modelos que son los que hoy aparecen en los 100 retratos publicado en el libro. La sesiones fotográficas fueron dos consecutivas de doce horas corridas cada una en un estudio generosamente prestado para la ocasión con una cámara también generosamente prestada -Nora quería resaltar algunas cualidades fotográficas: cierta crudeza, cierta verdad en las marcas de los cuerpos, en los trazos de vida que se imprimen en ellos- en las que, en plazos que iban entre los cinco y los quince minutos, entraban muchachos, viejas, niños, parejas, flacos, morenas, rubios, altos, etc., se quitaban la bata, marcaban su "cicatriz" con barro, y se dejaban acariciar por el ojo mecánico de la fotógrafa. Esas sesiones fueron una fiesta de los sentidos, una alegría por los cuerpos compartidos, por el proyecto compartido. Para la víspera de las sesiones yo había terminado un borrador con los cien textos que acompañarían a las cien fotos, pero luego de esas sesiones tuve que modificar gran parte del material literario ya que el proceso de trabajo se convirtió en un contrapunto entre las imágenes y las palabras. El texto reescribía a las fotos y las fotos reescribían a los textos. Esa dialéctica continuó aún durante la selección de fotos (había muchas y muy bellas y se transpiró bastante por todo lo que había que dejar afuera). Creo que esta es una de las virtudes de este libro: la relación de necesidad entre texto e imagen, de modo tal que cada discurso poético con su especificidad narra lo que el otro no puede, complementando su carencia con la potencia del otro lenguaje. Y este a la vez es el secreto del libro, que se expresa en su título Communitas: la idea de comunidad -en este caso, una compuesta por más de cien cuerpos- que responde a ese término de la antropología acuñado por Victor Turner, pero más específicamente al modo en que el filósofo italiano Roberto Espósito desarrolla, tuneando el concepto a partir de su mirada ética: la comunidad no se establece por iguales (una misma raza, una misma lengua, una misma bandera no necesariamente construyen comunidad), sino por la diferencia. Sólo podrá haber comunidad, dice Espósito -utilizando el concepto de sustracción, de deuda-, cuando la diferencia sea la que domine, cuando reconozcamos en la singularidad del otro nuestra propia carencia, cuando seamos concientes de que la otredad nos iguala, nos hace semejantes porque somos singulares, diferentes, únicos, irrepetibles (y me permito agregar, hermosos, ateos y materialistas), construyendo una comunidad de diferentes comprometidos por el valor común de la diferencia . Con esta madera se construye la democracia; lo otro es masa, falsa igualdad, normativa disciplinaria de semejanza forzada, peligrosos principios del fascismo. Y para rematar, como fruto de esa comunidad de afinidades y diferencias electivas y afectivas, se suma el regalo de la escritura del prólogo del libro a cargo de Gabo Ferro, que complementa, pone en perspectiva, comenta y amplía las posibilidades de este trabajo a través de un texto exquisito de un artista y amigo que comulga en un cien por ciento con la voluntad de este libro: la de entender que sólo seremos libres cuando nos reconozcamos semejantes en el espejo de la otredad, de la diferencia.
EGW.
Prólogo del libro, escrito por Gabo Ferro:
EL ESPEJO ENFERMO, UN NUEVO JUEGO DE PELOTA Y LOS MÁS DE CIEN VOLANDO.
Llegamos al mundo en un cuerpo único.
Nos vamos del mundo dejando el cuerpo.
El cuerpo nos sobrevivirá.
Al cuerpo lo fundaron. Iluminado y a oscuras. Dentro y fuera de la escena pero siempre en el mundo. Los padres que fundaron el cuerpo han desaparecido hace tiempo y con ellos se llevaron el secreto. Lo dotaron de cierta materia, forma y una gramática, de un relato material y otro inmaterial.
El cuerpo es resultante y testimonio de todas sus operaciones – transitadas o no - pasadas y presentes. Hipótesis, tesis y síntesis en trance espiritual, material y materialista permanente. Masa en tránsito y a la vez en reposo. Abrazable pero inaprehensible. Una antorcha encendida.
En todo o en parte se lo pesa, se lo valora, se lo divide, se lo nombra, se lo conoce, se lo ignora, se lo recupera, se lo representa, se lo carga y descarga de cosas, fluidos, saberes, ideas y símbolos. Lo colocamos - o se coloca - en un lugar del mundo real y en el ideal. Se para, se sienta, se mueve, se muere. Se queda, viene y va. Lo medicalizamos, lo drogamos, lo abandonamos, lo recuperamos, lo perdemos, lo biologizamos, lo naturalizamos, lo ficcionalizamos, lo contamos, lo pesamos, lo engordamos, lo adelgazamos, lo operamos, lo cortamos, lo agregamos y desagregamos, lo entregamos, lo soltamos, lo frenamos, lo aceleramos, lo pedimos, lo imaginamos, lo hablamos y hacemos hablar, lo exprimimos, lo hidratamos, lo olvidamos, lo bailamos y hacemos bailar. Está presente. Está ausente. Está.
El cuerpo en su esencia es ciego para sí. No puede mirarse a sus propios ojos. Necesita el reflejo, el espejo, la mirada del otro. Así como el cuerpo puede enfermarse, puede enfermarse su mirada. Y enferma la mirada contagia los espejos. Y enferman los espejos enfermas las miradas.
El cuerpo crece cerca de las ideas del Bien y la Belleza. Lo arrastran, se contaminan y contagian de las ideas de su propio tiempo y espacio. Así el cuerpo fue bello y fue bueno de diferentes formas. El canon de Belleza se con-funde con el canon del Bien. Lo bello - que ahora es bueno - es colocado en la parte superior del imaginario de su hora y todo lo no bello – que es malo y devenido en feo, desagradable, horroroso, inconveniente – es colocado en lo inferior. Si bien el cuerpo no es el hombre, ni la mujer, ni la niña, ni el niño, éste los re-presenta y coloca a su portador o portadora en cierta parte de su comunidad real e imaginaria. Así las sociedades le arrebatan el cuerpo al individuo. Lo pre-suponen y presupuestan. Cuerpos definidos como bellos o no bellos más allá de sí mismos.
¿Cómo devolverle su cuerpo a la niña, al niño, a la mujer y al hombre? ¿Cómo arrebatárselo a esta sociedad que se lo apropia, lo imagina, lo dicta y lo contiene? ¿Como despatologizar los espejos? ¿Qué cuerpo hay que tener? ¿Cómo saltar el dogma de fe de ciertas estéticas o gustos convenientes para ciertos estamentos sociales, políticos y culturales? ¿Cómo volverle a contar al individuo la idea del Bien y la Belleza? ¿Qué cuerpo hay que mostrar? ¿Cómo se de-muestra la verdad? ¿Construirse o dejarse? ¿Nos imponemos al cuerpo o él se nos impone? ¿Dónde queda el deseo? ¿Cómo se de-muestra un cuerpo? ¿Quedarse o escapar? ¿De quién es mi cuerpo?
Communitas de Nora Lezano y Emilio García Wehbi es una bienvenida insuperable para pensar y atravesar a pelo y contrapelo estas cuestiones.
En el origen, Communitas es doble deriva de una performance y un concepto filosófico.
El 20 de julio de 2014 se estrena en Buenos Aires “58 indicios sobre el cuerpo”, performance concebida y dirigida por Emilio García Wehbi - basada en la obra homónima de Jean-Luc Nancy – con fotografía de Nora Lezano. Allí, cada uno de los 58 performers se desnuda a su turno como en su propia intimidad mientras suena un motivo musical. Arroja su ropa de calle a una pila común que se conforma en el centro del cuadrilátero marcado por un límite de tierra. Mete su mano en un recipiente con barro al pie del micrófono y se “mancha” con él alguna parte de su cuerpo. Así dice frente al micrófono el indicio correspondiente al número pintado sobre su propia espalda. Una vez dicho el texto, el cuerpo desnudo, real, cotidiano y embarrado queda encerrado en movimiento dentro de ese espacio común hasta cerrarse al fin los 58 en un abrazo amoroso y de reconocimiento en paridad.
En Communitas. Origen y destino de la comunidad, Roberto Espósito – filósofo italiano contemporáneo dedicado especialmente a la filosofía moral y política - define a la Communitas como "el conjunto de personas a la que une, no una “propiedad”, sino justamente un deber o una deuda. Conjunto de personas unidas no por un más, sino por un menos, una falta, un límite que se configura como un gravamen, o incluso una modalidad carencial, para quien está afectado” (1). Así estos individuos se reconocen por su igualdad en la diferencia, por un deber ético para con ellos mismos, y consecuentemente, por oposición a la comunidad sometida, obediente y deudora de un contrato real o tácito alguna vez convenido.
Desde estos dos escenarios – performance y literatura – Lezano y García Wehbi imaginan su propia Communitas. Cien fotografías de más de cien cuerpos de más de cien individuos junto a cien textos que lejos de resultar ilustrativos componen un nuevo significado que trasciende la simple asociación texto-que-ilustra-imagen o viceversa. Desde siempre, y en todos los trabajos propios anteriores de Lezano y García Wehbi, el cuerpo y el mundo no han sido lugares seguros, lejanos ni ajenos. Ambos consideran nuestros cuerpos en este mundo como un sitio para poner en tensión ciertas cuestiones y así de-mostrarlo.
Los autores muestran a los cuerpos de su Communitas como un solo nodo complejo, superficie y a la vez carnadura profunda. Siempre bellos. Mujeres, hombres, niños y niñas que como sus propios dioses se presentan fundados a su propia voluntad, imagen y gracia. Su cuerpo como medio y como fin. Cuerpo deudor, tanto de su herencia animal y homínida como de la misma Revolución Francesa. Cuerpo para – y en - el goce y el dolor. Universo y energía potentes. Cuerpo poético y político. Cuerpos des-ordenados, completos, indomables. Cuerpo-presente y cuerpo-memoria. Cuerpo-heredero y cuerpo-herencia. Singular y plural. Imposible de sujetar por su propia diferencia. Fuera de la regla pero dentro de la escena, caminantes de múltiples direcciones, desembarazados del canon, de lengua y de raza, y al fin - reconociéndose como pares en esta diferencia - conforman esta communitas de cuerpos-fuerza en resistencia frente al mundo que intenta permanentemente arrebatarle el cuerpo al individuo. Communitas de iguales que se identifican en ese “menos”; en ese “deber” que los arrima a la conformación de una comunidad amorosa y en pie de guerra. En el Conloquium que abre el Communitas de Espósito, el mismo Jean-Luc Nancy marca este locus del ser-en-común; del ser-juntos que afecta al mismo ser en lo más profundo de su textura ontológica. Cuerpos-maestros. Con música y letra propias. Cuerpo-muro. Cuerpo-guerra y parte de guerra en sincronía con el estado contemporáneo de las cosas. Cuerpo-escenario. Arma y escudo. Cuerpo-campo para el amor y la batalla, desafiantes, cuerpos marcados con marcas indelebles; cicatrices y barro. Barro como firma de autor sobre la propia obra.
Como en un nuevo "Jeu de Paume" (2), Lezano y García Wehbi registran en cada fotografía y cada texto un compromiso que es confirmación y desafío – en su caso - de fidelidad al desorden espontáneo y natural. Es canto a la subjetividad contra la objetividad reduccionista y anuladora. Es un pacto de existencia. En la pintura de David se pide silencio para la escucha de una declaración política. En estas imágenes de Lezano y García Wehbi la declaración se exhibe, se de-muestra a sí misma frente a nosotros que miramos. El cuerpo aquí es soporte y la firma cicatriz de una declaración viva de principios firmada por mano propia con el barro de la historia de Dios y de los Hombres. Y la firma puede ir al pié o no. Irá exclusivamente donde desee su autor o su autora.
Este libro es un grito delicado y extraordinario de Belleza y de Libertad a nuestras propias Belleza y Libertad apretadas o manifiestas. Una voz intencionada con un sonido salido de todas las lenguas del mundo. Un grito definitivamente histórico frente al morfo obediente que hoy se imagina sin tiempo; sin historia. Por supuesto no hacemos referencia aquí ni a la carne incontrolable de David Cronenberg ni al morfo hecho a sí mismo cuyo cuerpo, fruto de la cirugía de vanguardia (3), es su forma de expresión. Referimos al morfo que no acepta la diferencia, que es vulgar, excluyente y siervo de los cánones dominantes. Señalamos al cuerpo-morfo que se siente orgulloso de tener valor de mercado y cuyos propios portadores se entretienen traduciendo su mismo cuerpo a valores en moneda regular o equivalentes a ciertos bienes suntuarios. El cuerpo de la communitas se sabe invaluable, es liberado, libertario, liberal, neo liberado o neo libertario. El cuerpo de este morfo es siempre y sólo neoliberal.
Lejos de este morfo, los cuerpos de la communitas de Lezano y García Wehbi están en un lugar donde la historia no se manifiesta en el contexto de registro de la imagen. Los cuerpos en estas fotografías pueden estar de pie, bailando, de frente, en escorzo, saltando o en torsión, firmes o en movimiento en un lugar sin historia aparente. Pero la historia está. La historia se lee con claridad en cada cuerpo. Cada cuerpo es su propio espacio y tiempo históricos. La communitas de estos autores se conforma con - y en - cuerpos de personas libres, más de un centenar de cuerpos en flotación entre la historia y el aire del mundo. Frente al morfo ordinario que se sabe – y se disfruta - sobre la mano de alguien; estos más de cien van volando mientras trazan infinitas formas caprichosas como una carta de amor al vuelo en la batalla.
Communitas de Lezano y García Wehbi le devuelve la salud a los espejos haciéndolos estallar. Cada esquirla de espejo, después de atravesar este libro, después de la explosión, conllevará seguramente un nuevo reflejo, una nueva mirada sobre el cuerpo del otro y sobre el propio cuerpo.
Lezano y García Wehbi le quitan los filtros al tiempo y la sordina a la trompa de guerra para que seamos capaces de ver y escuchar sin interferencia la música que suena en el combate de - y entre - los cuerpos. Más de cien individuos que como soldados viejos de una guerra larga se descubren con alegría con-viviendo en esta vieja guerra cotidiana. Y hasta parece que se les olvida.
Gabo Ferro, Mataderos, Ciudad de Buenos Aires, diciembre 2014.
(1) Espósito, Roberto; "Communitas, origen y destino de la comunidad", Buenos Aires, Amorrortu, 2003, pp 29-30.
(2) "El Juramento del Juego de La Pelota", de Jacques-Louis David, pintura de caballete que recrea el primer acto determinante de afirmación política de parte del pueblo francés revolucionario frente a la hegemonía del absolutismo agonizante. El 20 de junio de 1789 los diputados del Tercer Estado se negaron a continuar discutiendo las cuestiones por tercios pues, en números, éste representaba a 24 millones de franceses frente a los menos de 400.000 que representaban los dos tercios restantes de los Estados Generales. En Versalles prestaron juramento al llamado “Juramento del Juego de Pelota”, primer acto propiamente revolucionario de la revolución.
(3) Entre otros textos sobre la cuestión puede consultarse Dery, Mark; Velocidad de escape: la cibercultura en el final del siglo, Madrid, Siruela, 1998.